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¿Estamos formando lectores críticos o criticones?

 


Julián de Zubiría Samper

15 may 2023 - 9:00 p. m. 

La gran mayoría de docentes en Colombia cree que se puede enseñar a leer de manera crítica desde el primer grado. Sin embargo, tan solo el 1 % de los estudiantes logra consolidar esta competencia al culminar su educación básica. Resolver esta paradoja nos dará muchas luces sobre por qué la mayoría de los colombianos opinamos tanto y leemos tan poco y tan mal.

Con mucha frecuencia en mis seminarios con docentes suelo hacer esta pregunta: ¿Cuántos de ustedes consideran que se puede enseñar a leer de manera crítica desde el primer grado? La pregunta es similar a esta otra: ¿Cuántos de ustedes consideran que un niño de siete años puede ganar una etapa en la vuelta a Colombia en bicicleta? Es impactante la respuesta que dan los profesores: ¡cerca del 85 % me dicen que se puede enseñar a leer de manera crítica desde los siete años a cualquier niño! Es más, ¡argumentan que lo están haciendo!

Lo que encontramos al revisar las pruebas PISA es que en Colombia tan solo el 1 % de los jóvenes alcanza la lectura crítica a los 15 años. ¡Solo el 1 %! Ese mínimo porcentaje lo logra después de haber estado en la escuela durante diez años y luego de haber recibido clases con 30 o 40 profesores distintos. Del mismo modo, tan solo la mitad de los jóvenes que han pasado por el sistema educativo pueden elaborar la idea principal de un texto y menos del 30 % puede interpretar la relación entre el sentido global, el contexto del autor, el lugar de enunciación o el contexto sociocultural en el que se produjo el discurso. ¿Por qué, entonces, creen esos mismos docentes que es posible desarrollar la lectura crítica desde el primer año de escolaridad?

La respuesta breve es porque una buena parte de los docentes confunde la lectura crítica con la lectura criticona. Una respuesta más compleja nos llevaría a diferenciar entre aprendizaje y desarrollo y a analizar los diferentes niveles de lectura, los ciclos del desarrollo y el nexo entre leer, pensar y emitir juicios de valor argumentados.

Cualquier niño puede comentar un texto, expresar opiniones o juicios, decir qué le gusta y qué no, pero de eso no se trata la lectura crítica. La lectura crítica es un proceso mucho más complejo, profundo y lento, al cual solo se llega después de muchos años de trabajo. Es un proceso similar al de los ciclistas que aspiran ganar una etapa en una vuelta a Colombia. Deben primero pasar por años de entrenamiento y ejercicio constante, dirigidos por un grupo de expertos.

El lector crítico reflexiona y se distancia del texto para poder analizarlo científicamente. Primero necesita interpretarlo, meterse dentro de su lógica, captar las intenciones del autor y encontrar el sentido profundo. Para lograrlo, debe consultar fuentes diversas y contraponer múltiples perspectivas. El lector crítico necesita relacionar las ideas expuestas con el contexto, tanto de la obra como del autor y del lector. Es cierto que también llega a un juicio de valor argumentado, pero fruto del ejercicio que ha realizado y no antes de hacerlo. La verdad, como puede verse, no es el punto de partida en la lectura crítica, sino el de llegada. El lector criticón y fanático toma postura antes de leer cualquier discurso. Su opinión no cambia con la lectura, porque en sentido estricto no lee, sino que corrobora sus propios prejuicios. Esos son los lectores que abundan en Colombia. Basta con echarle un vistazo a las redes.

El lector profundo, antes de emitir su juicio, debe hacer una lectura pausada, reflexiva y conceptual para interpretar mejor. Pero eso no lo puede hacer si no comprende las ideas principales. Si no capta las intenciones del autor. Las explícitas y las implícitas. Para llegar a esos núcleos de sentido, el lector tiene que suprimir la mayor parte de las informaciones secundarias del texto. Solo después de un proceso de generalización puede llegar a las ideas principales. Incluso, muchas veces, debe construir una nueva idea que emerge durante la lectura y que se transforma en la idea central. Es un proceso complejo que exige habilidades de lectura consolidadas como la supresión, selección, generalización y metacognición, que la gran mayoría de los jóvenes no pueden hacer, porque nunca les enseñamos a hacerlo. Desafortunadamente, en clase de lenguaje están dedicados a otras cosas que tienen muy poco ver con la comprensión lectora y la consolidación de las competencias comunicativas: están aprendiendo reglas gramaticales desconectadas del sentido, ortografía o particularidades de la historia de la literatura. Están concentrados en estudiar las formas y descuidan el sentido. Por eso leen tan superficialmente y, por eso mismo, opinan tanto, pero argumentan tan poco.

La lectura crítica exige mucho trabajo previo. Por esta razón Estanislao Zuleta hablaba de la necesidad de formar lectores profundos llenos de preguntas y que se esforzaran por captar el significado, para poder interpretar y valorar adecuadamente. En sus términos: “Leer no es recibir, consumir, adquirir. Leer es trabajar. (…) Que leer es trabajar quiere decir ante todo que no existe un código común al que hayan sido traducidas las significaciones que luego vamos a descifrar”.

Por el contrario, la opinión es inmediata. El cuento leído gusta o no gusta, y sobre él se pueden decir varias cosas libremente y sin mucho esfuerzo. La opinión es abiertamente interesada, subjetiva y personal. Como dice Bachelard, “la opinión piensa mal, no piensa: traduce las necesidades en conocimientos”. Las opiniones son prolíficas en comentarios sueltos que dialogan muy poco con el texto y suelen estar cargadas de prejuicios y de ideas previas.

Como las opiniones, los prejuicios son juicios de valor sin sustento. Cuando se dice, por ejemplo: “los negros son perezosos”, “los pobres son pobres porque se han esforzado poco”, o que “en Colombia no tenemos desplazados, sino migrantes”. Esas son “lecturas” del mundo que ha realizado la clase política tradicional y que están cargadas de opiniones, pero carecen de argumentos. Son parte de las ideologías con las que ellos históricamente han “leído” la realidad nacional. Los principales maestros que nos han enseñado a leer muy mal son los políticos tradicionales acostumbrados a defender a perpetuidad sus privilegios. Confunden la realidad con sus propios intereses.

La clase política tradicional enseñó al país a hacer esas “lecturas” ideológicas de la realidad. “Lecturas” que nos enseñaron a estigmatizar y excluir; en especial, a los pobres y los olvidados de siempre. Paradójicamente, una buena parte de los maestros sigue enseñando estas maneras de leer los textos, los discursos y la realidad. Al hacerlo, invitan a los alumnos a hacer lecturas recargadas de ideología. Promueven las opiniones, pero no cultivan los argumentos. La lectura crítica, por el contrario, exige que nos distanciemos de nuestras creencias, opiniones y juicios de valor.

En Colombia hemos formado muchos lectores ideologizados y criticones, pero muy pocos lectores críticos. Por eso es tan importante una profunda transformación pedagógica. Lo grave es que, en el gobierno del cambio, uno de los temas de los cuales todavía no se ha comenzado a hablar es de la revolución pedagógica. Enseñar a leer de manera crítica es un proceso muy largo y complejo, que tiene que iniciar por enseñar a leer de manera profunda, contextual y crítica a los futuros docentes en las facultades de educación y que debe conducir a sensibles transformaciones curriculares. El problema es que sin esa transformación es impensable lograr una revolución cultural, y sin una revolución cultural es imposible hacer una revolución social. Es cierto, el camino es largo, pero es el único posible y certero a mediano y largo plazo.

* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/julian-de-zubiria-samper/estamos-formando-lectores-criticos-o-criticones/ 

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